Olfato

Los receptores responsables de la olfacción, que es el sentido del olfato, se localizan en el tejido olfativo. El aparato olfativo está constituido por células receptoras (neuronas bipolares), células de sostén (sustentaculares) y células basales (progenitoras). Las células basales generan nuevas células receptoras cada 1 – 2 meses con el objetivo de sustituir las neuronas lesionadas por la exposición al ambiente. Las células de sostén son células epiteliales con abundantes enzimas que oxidan las moléculas olorosas hidrófobas volátiles haciendo que estas moléculas sean menos liposolubles y, por lo tanto, tengan menos capacidad para atravesar las membranas y al alcanzar el cerebro.

Cada neurona bipolar tiene una dendrita que se proyecta hasta la cavidad nasal, en donde finaliza formando una protuberancia que contiene un cilio. La neurona sensitiva bipolar también presenta un único axón amielínico que se proyecta a través de una serie de orificios que existen en la placa cribiforme del etmoides, hasta el bulbo olfativo del cerebro, en donde estable sinapsis con neuronas del segundo nivel. Por tanto, a diferencia de otras modalidades sensitivas que alcanzan el cerebro a partir del tálamo, el sentido del olfato se transmite directamente hasta la corteza cerebral. El procesamiento de la información olfativa comienza en el bulbo olfativo en el que las neuronas sensitivas bipolares hacen sinapsis con las neuronas localizadas en tramas esféricas denominadas glomérulos. Existen pruebas que indican que cada uno de estos glomérulos recibe aferencias de un solo tipo de receptor olfativo. El olor de una flor, que libera muchas moléculas olorosas diferentes, se puede identificar por el patrón de excitación a que da lugar en los glomérulos del bulbo olfativo. La identificación de un olor mejora por la inhibición lateral en el bulbo olfativo, que parece implicar la existencia de sinapsis dendrita-dendrita entre las neuronas de los glomérulos adyacentes.




Las neuronas del bulbo olfativo se proyectan hasta la corteza olfativa en la parte medial de los lóbulos temporales, y también hasta otras estructuras relacionadas como el hipocampo y el núcleo amigdalino. Estas estructuras forman parte del sistema límbico y que desempeñan un papel importante en las emociones y la memoria. En concreto, el núcleo amigdalino humano ha sido implicado en las respuestas emocionales frente a la estimulación olfativa y quizá esta sea la razón por la que la percepción de un olor concreto puede evocar de manera tan intensa recuerdos cargados de emociones.

Las bases moleculares de la olfacción son complejas. Al menos en algunos casos, las moléculas que inducen olor se unen a receptores y actúan a través de proteínas G para incrementar el AMPc en el interior de la célula. A su vez este incremento da lugar a la apertura de canales de membrana y causa la despolarización del potencial generador que, por su parte, estimula la producción de potencial de acción. Cada proteína receptora se puede asociar a un máximo de 50 proteínas G. la disociación de estas proteínas G da lugar a la liberación de numerosas subunidades de proteína G, lo que amplifica el efecto en muchas veces. Esta amplificación puede explicar la gran sensibilidad del sentido del olfato: la nariz del ser humano puede detectar la millonésima parte de un gramo de perfume en el aire, aun así nuestro sentido del olfato es mucho más grosero que el de otros mamíferos.

Se ha descubierto una familia de genes que codifican las proteínas del receptor olfativo. Es una gran familia que puede incluir hasta mil genes. Este gran número puede reflejar la importancia del sentido del olfato en los mamíferos en general. Sin embargo, la existencia de mil genes diferentes que codifican un millar de proteínas receptoras también diferentes no puede explicar el hecho de que el ser humano pueda diferenciar más de 10 000 olores diferentes. Claramente, el cerebro debe realizar la integración de las señales procedentes de varias neuronas sensitivas que presentan proteínas receptoras olfativas diferentes, interpretando después el patrón como una “huella dactilar” característica de cada olor concreto.

Texto e imágenes: Fox, Stuart Ira. Fisiología humana séptima edición McGraw-Hill interamericana 2003, pp. 254-255

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